Carlos Duguech
Analista internacional
Desde el 7 de octubre de 2023, cuando el terrorismo de Hamás dio muestras de su capacidad criminal y monstruosa, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu decretó el “estado de guerra”. A la vez dio rienda suelta a una reacción -comprensible- que le llevó a pronunciar la palabra “venganza”, prohibida en las relaciones internacionales.
Desde entonces 37.296 palestinos han muerto y 85.197 han resultado heridos por la ofensiva militar de Israel , según datos del Ministerio de Salud de la Franja de Gaza de los que desconfía el Gobierno hebreo. Aunque tales guarismos sí son tomados como cercanos a la realidad por los observadores de la ONU.
Es fácil suponer -Netanyahu, el “Comité de guerra” y las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) lo saben- que por la altísima densidad poblacional de la Franja de Gaza (5.046 habitantes por km 2) cualquier bombardeo genera demasiadas víctimas mortales y heridos. Así sea que apunten las armas a un punto determinado.
Israel insiste en que las acciones de Hamás -por aquello de los “escudos humanos”- fueron responsables de las numerosas bajas de civiles en su territorio. Por su parte, los grupos de derechos humanos han manifestado que incluso si Hamás estuviera usando escudos humanos, Israel debe cumplir con el derecho internacional diseñado para proteger a los civiles. Hasta los primeros 180 días de la guerra la cifra oficial de soldados del FDI muertos en Gaza es de 600.
La mayor parte de la población palestina de la zona de guerra se refugió -como pudo y precariamente- en el sur, en cercanías de Rafah, asediada por las fuerzas israelíes en estos últimos tiempos. Los bombardeos dejaron cientos de edificaciones en ruinas. Huelga decir que los centros de sanidad también forman parte de los escombros que dejan los bombardeos. Se insiste desde el oficialismo de Israel en que se procura no producir bajas civiles. Entre ellas mujeres, niños y hombres no combatientes. Casi imposible por la densidad poblacional y por la intensidad y frecuencia de los bombardeos. Criminales bombardeos, a todas luces.
“Altoelfuego”...
Es una sola palabra, un “neologismo”, y jefes de Estado, presidentes, el Secretario General de la ONU, el Papa y diversas ONG internacionales lo han propuesto. Desde el 7 de octubre hasta hace horas. Es un dialogo imperfecto, porque la boca que pronuncia “altoelfuego” no halla oídos que la escuchen.
¿Entonces, qué? La pregunta suena en todo el mundo ante el espectáculo morboso de matanzas y destrucciones, sin término a la vista. Suena como proviniendo desde lúgubres campanadas por aquello del “altoelfuego”. Hay, sin embargo, una decepcionante respuesta. Pocas veces la ONU le dio sentido un natural y efectivo a su nombre. Esa organización casi octogenaria, necesita una reformulación para adaptarse al nuevo mundo, muy distinto del que emergió desde los escombros y la degradación de la Segunda Guerra Mundial.
Inédito ataque de Biden a Netanyahu¿Qué hace falta, con esa reformulación? Pues, que su Consejo de Seguridad (CS) reforme su estructura, a fondo. ¡Oh, coincidencia! Los cinco dueños “legales” habilitados por el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) para atesorar arsenales son los que, además, tienen el irritante poder de veto.
Temas como el de Rusia invadiendo Ucrania y la guerra Israel-Hamás podrían ser resueltos conforme obliga el artículo 39 de la Carta: “el CS determinará la existencia de toda amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión…” Pero en los casos Rusia-Ucrania (Rusia miembro con poder de veto, impidió tratar el tema) y en Israel-Hamás, el aliado principalísimo israelí -Estados Unidos- hizo lo suyo con el veto. De modo que las dos guerras son un espectáculo que desde la platea mira la ONU y sólo repite el sonsonete “altoelfuego”. Hoy parece que un plan de tregua puede tener aceptación por Hamás.
Atada de pies y manos, la vigencia irrestricta de la Carta no halla espacios de gestión, pese a que las gestiones y las acciones están previstas con punto y coma en el texto fundacional desde 1945.
Obama, Biden e Israel
Durante la presidencia de Barack Obama (2009-2017) las relaciones entre los EEUU e Israel no fueron del todo como el Estado hebreo pretendía. Con Donald Trump (2018-2021) mejoraron al punto de poder afirmarse que fue una de las gestiones más beneficiosas para las expectativas del Gobierno israelí. Con sólo mencionar a Jerusalén bastaría. Con su decisión, Trump transgredió la resolución 478 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del 20 de agosto de 1980.
Ese cuerpo dictó siete resoluciones que condenaron el intento de anexión de Jerusalén Este por parte de Israel, país que dictó la Ley de Jerusalén de 1980 unilateralmente, en oposición a la propia Resolución 181 de 1947 mencionada en la Declaración de Independencia de Israel (1948). Y ello con precisiones, para los dos Estados (árabe y judío) y preservando Jerusalén como corpus separatum con administración internacional por 10 años. Tal el accionar complaciente de Trump con Israel sin valorar ni la vigencia de normas ni intereses que no fueran los de sus determinaciones a cualquier costo.
Joe Biden, por su parte, mantuvo la tradición de EEUU como aliado y protector de Israel pero se está animando -frente a las trágicas noticias de los sangrientos episodios en Gaza- a cuestionar aspectos de la gestión de Netanyahu. Y aún con el costo electoral que deberá pagar en noviembre. Porque, a la postre, EEUU es casi un distrito electoral de Israel y viceversa.
Existe, sin embargo, la posibilidad de que Trump no llegue a competir por trabas que oportunamente provendrían del sistema judicial. No está todo dicho sobre su involucramiento como partícipe intelectual necesario en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 -que dejó cinco muertos- por la turba de sus seguidores.
Moneda de cambio
Le costó a la Argentina ser admitida en la ONU (1945) por su “no beligerancia” (o neutralidad) en la guerra. Tan firme era la oposición de Polonia y de la URSS que fue necesario un acuerdo: para el ingreso de Argentina debían aceptarse los de Ucrania y Bielorrusia.
Ahora nuestro país se involucra como integrante del grupo de Estados en apoyo a la defensa de Ucrania. No es retórico, sino tan efectivo como aportar cinco aviones de guerra. Resultado de una ecuación de acuerdos e intervenciones de los EEUU y Francia. Involucrarnos en un conflicto bélico en favor de una parte ostensiblemente se da de bruces con aquella “generosa” oferta del expresidente argentino Alberto Fernández que, en febrero de 2022, frente a Vladimir Putin en el Kremlin de Moscú, ofreció la Argentina como “puerta de entrada” a América Latina. Ni lo uno ni lo otro expone una política exterior madura, eficiente y de cuño argentino.